Inclasificable. Aunque se abusa del término, no hay otro mejor para definir a Minetarō Mochizuki (Yokohama, 1964). En este 2016 se cumplen 30 años del debut como ‘mangaka’ de este peculiar autor, difícil de asir dentro de un género: lo mismo le ha dado al terror psicológico con ‘Dragon Head‘ que a la comedia costumbrista con ‘Chiisakobee‘, e incluso se lanzó a la aventura pirata con ‘Maiwai‘. Pocos aficionados saben que empezó su carrera con un manga deportivo, nada menos que ambientado en el mundo de la natación. Merece la pena hacer un repaso por la obra y milagros de este autor siempre en busca de renovación, y aventurar cuáles de sus títulos inéditos podrían encajar bien en el mercado español.

En España se han editado cuatro obras de Mochizuki: ‘La mujer de la habitación oscura‘ (1993; edición española de 2005), ‘Dragon Head‘ (1995; 2001) y ‘Maiwai‘ (2003; 2007), en la desparecida Glénat; ‘Chiisakobee‘ (2012; 2016), en ECC Ediciones. Son historias tan extraordinariamente diferentes entre sí, en lo argumental y, aunque no tanto, también en lo gráfico y narrativo, que cuesta ver un nexo común, más allá de su innegable calidad. Incluso aunque las dos primeras se inscriben dentro del género del terror, cada una tiene distinto espíritu.

Minetarô Mochizuki

El propio Mochizuki, en esta entrevista concedida durante su vista al Festival de Angoulême este mismo año, reconoce que entre sus objetivos está hacer siempre algo distinto: «En todas las obras previas a ‘Tokio Kaido’ fue un reto para mí incorporar un elemento que me supusiera una dificultad, pero a partir de esa serie quería cambiar de estilo. No creo que se pueda hablar de una negación, sino más bien del deseo iniciar una nueva etapa».

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‘La mujer de la habitación oscura’

¿Se imaginan la película de terror japonesa arquetípica? Lo primero que les viene a la cabeza, casi seguro, es un fantasma con flequillo, rollo ‘The Ring’ o ‘La Maldición’. El bueno de Mochizuki se montó su propia «película» en ‘La mujer de la habitación oscura’. Se trata de un tomo único protagonizado por un estudiante al que acosa una extraña desconocida. El joven al principio se lo toma a broma, pero poco a poco su vida se convierte en un infierno que le lleva a la desesperación.

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Combinando elementos propios del género, como la leyenda urbana, la venganza desde el más allá o la paranoia persecutoria, y recurriendo a una estética fantasmagórica, Mochizuki construye una historia que, aunque no llega a epatar (estamos ya curados de espantos orientales…), si funciona como un reloj de ajustada maquinaria. No es un título acojonante -en sentido literal y figurado- pero sí ejemplo de cuáles son los requisitos mínimos que tiene que cumplir una buena obra de terror.

‘Dragon Head’

En realidad, ‘La mujer de la habitación oscura’ parece un mero ensayo, una obra con la que Mochizuki se demostró a sí mismo que era capaz de hacer terror… ¿Por qué no ir un paso más allá, y crear, a través de ese sentimiento, crear un discurso? ‘Dragon Head’ -de la que ya hablamos largo y tendido aquí– es una reflexión sobre cómo el miedo afecta al comportamiento humano.

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Esta historia post-apocaliptica tiene dos tiempos bien marcados: durante los dos primeros tomos, la trama transcurre enteramente dentro de un túnel en el que ha descarrilado un tren lleno de estudiantes; en los siguientes -atención spoiler-, una vez liberados de su claustrofóbico encierro, los dos protagonistas se van a tener que enfrentar a un mundo patas arriba que ríete tú de ‘Mad Max’.

‘Dragon Head’ es un tebeo tremendamente adictivo -común denominador en la obra del autor-, lleno de acción, violencia y situaciones extrañas. Sin necesidad de fantasmas, deja a ‘La mujer de la habitación oscura’ a la altura del Tren de la Bruja.

‘Maiwai’

El manga más raro de Mochizuki y, probablemente, nuestro favorito. Es insólito por doble causa: ¿Quién podía esperar del mismo tipo que había hecho ‘Dragon Head’ una historia de piratas adolescentes? ¿Y quién podía imaginar que fuera una gran aventura clásica, al estilo de Salgari, Stevenson o Verne, en un contexto plenamente contemporáneo? Todo empieza con Funako, una quinceañera aficionada a las artes marciales con la extraña costumbre de tocarse los pechos en público. Al cumplir los 16, Funako (cuyo nombre significa «Hija de carpa») va a descubrir el extraordinario legado de su abuelo, un mapa del tesoro que la conducirá hasta la maravillosa isla conocida como ‘El banco de los piratas’. El botín es demasiado suculento para que no haya más interesados en hacerse con los doblones de oro… A Funako y a su insólita tripulación les dan igual los peligros y se lanzan al mar sin pensárselo dos veces.

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Los once tomos que componen ‘Maiwai’ son una auténtica gozada. A la acción trepidante y lo extrafalario de las situaciones se une la, a ojos de un lector occidental -y aún curtido en la lectura de manga-, extraña combinación de discurso feminista con viñetas de ‘fan service’ cada dos por tres. Todo ello aderezado con abundantes dosis de humor y con un estilo de dibujo de extremada pulcritud. Es imposible no enamorarse de Funako y compañía.

‘Chiisakobee’

Mochizuki es así. Consigue que te olvides de su etapa terrorífica, te acostumbra durante once tomos a la aventura y, ¡zas!, su siguiente serie es un drama costumbrista. Y continúa su mutación: aquí el dibujo es aún más limpio y minimalista que en la anterior -menos es más-, y la narración se centra en planos rotundamente atípicos en el cómic: manos, culos o pies acaparan la mirada. De ‘Chiisakobee’ hablamos ya largo y tendido aquí, pero por resumirla en unas líneas, supone la traslación a un entorno contemporáneo de la novela homónima de Shûgoro Yamamoto, una obra ambientada en el período Edo (1603-1868) que ha tenido varias versiones en cine y televisión.

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Mochizuki, al que, como hemos visto, le va la marcha, parece autoimponerse como reto convertir un relato romántico anclado en el sistema de valores tradicional de Japón en una narración rotundamente contemporánea. Lo logra, y sin que se le noten las costuras. La historia de amor del orgulloso carpintero ‘hipster’ Shigeji rebosa encanto.

Lo que nos falta por ver…

Hasta aquí, lo que hemos podido leer en España… De momento. Porque vista la trayectoria editorial que lleva ECC Ediciones, última editora de Mochizuki por estos lares, no sería de extrañar ver publicados nuevos títulos del autor. Es poco probable que sea ‘Batāshi Kingyo‘ (1986), su debut en el mundo del manga. Se trata de una historia que mezcla romance y natación, así que, aunque en su momento fue llevada al cine, tiene poco futuro en vista de lo mal que funcionan en el mercado español los mangas deportivos (ni aunque los firme Naoki Urasawa).

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Más opciones tendría de salir adelante la edición de ‘Baikumen‘ (1989), una obra seinen completa en cuatro volúmenes. Sin más información en Internet que una imagen de su portada, y por fecha, parece que se trata de un manga de temática sobrenatural. Pocos datos más tenemos de ‘Ochanoma‘ (1992, tres tomos), que parece costumbrista, o de ‘Samehada-Otoko to Momojiri-Onna‘ (1993) -¿aventura quizás?-. ‘Zutto Saki no Hanashi‘  (2003) es un recopilatorio de historias cortas, así que esta sí podría entrar en una quiniela de «publicables» en España.

Pero la que más números tiene para ver la luz es ‘Tokyo Kaido‘ (2008), inmediatamente anterior a ‘Chiisakobee’ y completa en tres volúmenes. Esta es la serie que marca el punto de inflexión en la carrera de Mochizuki, tanto que el autor decide firmar usando otros ‘kanji’ (caracteres japoneses; aunque se pronuncien igual, tienen distinta grafía) diferentes a los que había usado hasta entonces. Aquí cuenta la historia de dos niños y dos adolescentes «especiales», cuyas habilidades fuera de lo común han provocado que sus familias los hayan internado en un centro de salud mental. Con este cómic, Mochizuki profundiza en su gusto por los personajes peculiares y reflexiona acerca del rechazo que sufren aquellos que se salen de lo común.

En conclusión: Mochizuki es un ‘mangaka’ mutante, sí, pero no tanto como pudiera parecer. Para entender su formidable evolución nos faltan algunos de los eslabones clave de su trayectoria. Ojalá alguien se anime a cubrir esos huecos.